lunes, 6 de octubre de 2008

El hombre que vino del oeste

Entrevista a Nuno Mansilla. Tiene 65 años y es guía desde hace 47. Nació en las cercanías de Bahía Onelli (en Monte Avellaneda), en una época dónde sólo se llegaba a caballo. Cuenta que se crió entre glaciares y que cuando cierra los ojos puede verlos. Luego se radicó en El Calafate, pero a diferencia de la mayoría, él no llegaría al pueblo por el camino del este.

Por: Juan Cruz Ordóñez

juancruz@portal-patagonico.com.ar


El Calafate (PP). Oí hablar por primera vez de Nuno en un bar, mientras indagaba sobre los personajes vivientes de El Calafate. “Tendrías que hablar con Nuno Mansilla” me aseguró un hombre sentado en la barra de La Zaina, “fue guía durante la época que se llevaba a los turistas a caballo hasta el Glaciar”. El nombre quedó en mi memoria, esperando. Poco después, en un asado, un conocido me llevó hasta la parrilla y me presentó al asador. Era un hombre de unos 60 años, de lentes gruesos y sonrisa dispuesta. Estaba parado en camiseta frente a una parrilla de 3 metros de ancho, en la que crepitaban a las brasas 3 corderos patagónicos. “Este es mi tío Nuno Mansilla” dijo y luego me dejó con él. Destino o azar, esta entrevista era una realidad que llegaba sola. Esa noche conversamos frente al fuego y logré que me invitara a su casa para hacerle esta entrevista.
A la mañana siguiente llegué a la dirección que me había dado lo más temprano que pude, porque Nuno arranca con el sol. Miré el papel con cuidado, la altura coincidía. Después de golpear, Nuno apareció con su habitual sonrisa. Me hizo pasar y me explicó que lo había agarrado trabajando. Pasamos al escritorio, dónde tiene una pila de manuscritos en los que recopila, de a poco, los recuerdos de su vida. Nos sentamos.
- ¿De qué vamos a hablar? –me pregunta intrigado.
- De su actividad como guía, aunque seguro saldrán otros temas.
- Siempre me gustó poder trasmitir todas las vivencias que han ido formando nuestra existencia. Digo “nuestra” y no “mía”, porque personas como yo hay muchas. Nada más que yo, a diferencia de los otros, tuve la suerte de salir más conversador. Así que preguntá tranquilo que voy a hablar.



- ¿Cómo definiría lo que es ser guía?- El guía es el nexo que hay entre el medio y el visitante –explica espontáneamente mientras mira con fijeza a través de sus lentes bifocales-. En todos los lugares tenés visitantes y lugareños. El visitante es aquel que se nutre del lugareño, es decir, de aquel que sabe transmitir lo que es el medio. Cuando uno tiene un sentimiento por el lugar y lo ha vivido, ayuda al visitante a completar el sentimiento que él está buscando.

- ¿Cómo empezó con esto de guiar gente?
- Empecé a llevar gente, por ponerle una fecha, en 1959. Todo empezó espontáneamente. La gente que venía a visitarnos hacía preguntas y uno tenía que contestar. Yo empecé a sentir que tenía que contestar con mucha altura y veracidad, porque aquellas preguntas tenían esa misma fuerza e intención. Sentí que tenía que brindarme por entero y darle a aquellos visitantes buena información: útil y verídica. A partir de allí empezó a surgir en mí la necesidad de instruirme intelectualmente, para estar a la altura de esa gente.

- ¿Cómo era el tema del idioma?- Eso fue lo único que me faltó. Sin embargo estoy seguro que la persona que nos visitó, por más que haya hablado un idioma diferente al mío, se llevó el mensaje del paisaje. Lo sé porque lo vivimos juntos y esa experiencia va más allá del lenguaje. A veces teníamos suerte y venían con un conductor de grupo bilingüe. Entonces podíamos responderles cada una de las inquietudes que iban despertándose en ellos. A veces lo único que había que hacer era llevarlos hasta los lugares que uno conoce y detenerse frente al paisaje –Mira a lo lejos, en algún punto de la pared, como si estuviera parado frente a alguno de aquellos paisajes de los que habla-. Son esos lugares que uno tiene incorporados y que necesita compartir con alguien; y ellos automáticamente recibían esa invitación a vivir ese momento, incluso sin palabras. Hay que ser conciente de que uno es un ser privilegiado que vive en este contexto, rodeado de tanta inmensidad. Es un premio a la vida, una alimentación espiritual increíble y es una pena aquel que no la siente. Ser guía es eso, es poder compartir y hacerle llegar a otro esa sensación.
Mira en silencio. Luego pregunta preocupado si es claro en lo que dice. Es imposible no entenderlo, aún si hablara chino. Es un efecto que logra a través de la simpleza y la profundidad de las palabras que utiliza.

- ¿Cómo era la tarea de acompañar?- Nosotros acompañábamos a esas personas los 80 kilómetros que nos separan del Glaciar Perito Moreno. Los primeros 40 kilómetros siempre fueron accesibles y se utilizaban vehículos. Pero los últimos 40, que se hacían por la península de Magallanes o bordeando el Brazo Rico, se hacían a pie y a caballo, a través de senderos que se abrían por el bosque. Para que te des una idea, el trazado del sendero principal utilizado por aquel entonces se condice con lo que es el camino actual, que incluso ya está asfaltado.

- ¿Cuánto se demoraba?- Se salía de madrugada y se llegaba hasta unos altos que hay en la península, es decir no se llegaba hasta el Glaciar mismo. Pasado un tiempo prudencial, se emprendía el regreso. Había personas que se quedaban y utilizaban el otro día completo para llegar a pie hasta el Glaciar. Al otro día volvían y uno los esperaba para regresar. Esto demoraba dos días completos. Lo increíble es que la mayoría era gente mayor, incluso recuerdo gente que le costaba caminar. Subían a los caballos o caminaban pausadamente. Ellos hacían el recorrido a pie muy bien, siempre me impresionó eso.

- ¿Qué los motivaba a realizar ese esfuerzo?- No hacía falta preguntar para saberlo. Existe una especie de comunión ancestral de encontrarse con esas cosas extraordinarias que la naturaleza te da sólo en algunos lugares de la tierra. Uno se siente llamado a ir. La gente que venía en esa época ya sabía a lo que se enfrentaba. Eran otros tiempos, no había apuros.


- ¿Hasta cuándo realizó la tarea de guiar gente?- Nunca dejé de hacerlo. Es más, lo estoy haciendo en este momento con vos. Yo sigo guiando, por eso te recibí.

- ¿Y cómo sigue ese camino de ser guía?- Yo me sigo formando. Creo que ahora tengo que ir descubriendo la manera de poder transmitir este sentimiento a los otros guías, para que puedan desarrollar esta actividad con el valor de vida filosófico adecuado. Ese valor filosófico te lo marcan las grandes cosas.

- ¿Por ejemplo?- Yo ahora estoy escribiendo. Son todos los recuerdos de la gente que vive y vivió este lugar. Era un grupo de gente con una fuerza enorme. Digo grupo sin pensar en los dígitos que componían ese grupo, porque las cantidades son relativas, lo que importa es la presencia de esa gente en el lugar. Era gente que vivía lo que hacía con una entrega absoluta, un amor, una pureza y una dedicación plena. Por eso cuando la gente dice “la vida sacrificada de mis padres”, yo digo no, porque lo recuerdo.

- ¿Qué recuerda de sus padres?
La mirada de Nuno se vuelve distante. Sus ojos nadan en recuerdos lejanos, muy lejanos.
- Recuerdo una ruca, un gran fogón, un caldero colgando, mi madre con sus quehaceres, perros, caballos, monturas y la gente que venía llegando de a poco del monte, de trabajar con el ganado. Y cuando llegaba mi padre, mojado hasta los huesos, con su poncho echado para atrás, mi madre le daba un caldo caliente y las miradas que se cruzaban no hablaban de sacrificios, hablaban de un montón de esperanza, de fuerza y de amor.



- ¿Dónde se crió?- Nací en los bosques de la Bahía Avellaneda, a unos 40 kilómetros del Glaciar Perito Moreno. Siempre me gusta resaltar que, si hay algo que me diferencia, es que yo llegué a El Calafate desde el oeste. Por eso a veces soy medio atípico y conflictivo en un montón de cosas. Hasta los 6 años me crié ahí, rodeado de glaciares y de ese mundo de seres humanos que no pasaban los 40 o 50 años. Después vinimos a El Calafate, porque era la época escolar, la época que los chicos comenzaban la primaria. Ahí me encontré con este otro gran mundo –dice y se ríe-, en el que vivían 300 personas. Pero había otras cosas, fue todo un cambio.

- ¿Qué fue lo que cambió para usted?- Hasta los 6 años yo abría los ojos y veía Glaciares, imaginate. Lo extraño para mí después fue levantarme y no verlos. Cuando yo vine a El Calafate, me alejé.

- ¿Qué le diría a los guías jóvenes de hoy?- Tendría que conocerlos personalmente. Pero a los que conozco, decirles que están ejerciendo bien su función. Creo que en cualquier lugar del mundo cuando un ser humano se presta a darle un servicio a otro, tiene que primar ese sentimiento de entrega total hacia lo que está haciendo. El trabajo de guía es el trabajo de conectar a ese visitante con el lugar, y con el sentimiento que uno tiene hacia ese lugar. Y para eso, hay que ser auténtico.


Después de la entrevista, Nuno me leyó algunos pasajes de lo que escribe. Sólo vamos a adelantar que se viene un gran libro para El Calafate, lleno de recuerdos, vivencias y anécdotas, recopiladas por este verdadero apasionado de la zona.


Publicado Mie 26 de Septiembre 2007 - 08:48

2 comentarios:

Lobo Prolijo dijo...

NAAAAAAAAAAAAAAAAA

Unknown dijo...

Recuerdon una frase que marco un antes y un despues en mi vida.

..........."y no se olviden nunca de este nombre................................Nuno Mansilla"

fuaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaloooocooo